miércoles, 4 de mayo de 2011

DEVOCIÓN AL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo, como en tiempo de San Pablo, es el gran desconocido entre los cristianos. 
Son muchos los fieles que recurren a los santos y olvidan al autor de la Gracia, al dulce Huésped de las almas.
El Espíritu Santo es el Alma de la Iglesia. La asiste constantemente en su gobierno y en su enseñanza infalible, y la Iglesia lo invoca antes de emprender sus obras, e invita a los fieles a recurrir al Espíritu Divino en toda actividad.
Somos templos del Espíritu Santo, nos dice el Apóstol. El Espíritu Santo es nuestro dulce Huésped, el Consolador y Santificador de nuestras almas. Los Apóstoles al recibirlo quedaron transformados.
¡Cuantas almas deseosas de perfección están como estancadas porque no invocan al Espíritu Santo!
¡Desean ser santas sin pensar casi en el Santificador!
¡Que todos los fieles reciban este mensaje!
Experimentarán un gran cambio en sus almas, verán nuevos horizontes, se maravillarán de sus progresos espirituales.
Invocando al Divino Espíritu, fuente de fuerza, luz y consuelo, El los llenará con sus siete Dones y morará en ellos como consuelo y guía.
¡Felices las almas devotas del Espíritu Santo!
Empiezan ya su cielo sobre la tierra, haciéndose acreedoras de gracias escogidas y recibiendo fuerza especial para corresponder a sus divinas inspiraciones.
El Espíritu Santo es el Dios del Amor.
¡Amemos al Amor! 

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